10 de octubre de 2013

Mi velero soñado



Veleros en el puerto de Oslo (Noruega)



Voy a “viajar” el mar y ya tengo listo y a punto para zarpar mi velero soñado. Parto sin rumbo fijo, sin haber agotado el mapa de tanto mirarlo buscando un destino. Sencilla y simplemente, viajaré. Y lo haré con la única guía de las estrellas, sin brújula, astrolabio o sextante que me permitan orientarme, sin medir alturas o distancias para fijar una ruta, un destino concretos. Dejándome llevar por las corrientes marinas y los vientos. Encomendándome a la Virgen del Carmen, la Virgen Marinera, y a la Diosa Fortuna. Confiado, como siempre, en mi buena estrella. Llevando al timón únicamente mi yo aventurero y en las velas, el impulso que me da la ilusión por la vida… y por vivirla.

Acompáñame! Escapa, huye conmigo! Dejemos atrás la rutina, la monotonía! Olvidemos los sentimientos de culpa que  lastran nuestras vidas! Se mi compañero de viaje y compartamos ilusiones, éxitos y fracasos, peligros y aventuras. Partiremos, si tú quieres, al alba, cuando las gaviotas aun estén desperezándose y los alcatraces aun no dibujen sus acrobacias aéreas en busca de alimento.

Arranquemos nuestras raíces de la tierra y librémonos de las ataduras que nos sujetan y nos retienen. Lancémonos a donde nos empuje el viento, para perdernos y encontrarnos de nuevo una y mil veces, para bebernos sorbo a sorbo el mar y los océanos, disfrutando la vida y todo lo que nos ofrece hasta que se nos agote el tiempo. 

Visitemos juntos todos los continentes, todos los países y sus ciudades, sus pueblos, sus puertos, sus bahías y sus islas, y cada atardecer, disfrutemos escuchando los cánticos, los cuentos y los relatos de las gentes del mar, de los viejos marineros y los pescadores, cuando regresen sanos y salvos a sus casas tras la dura faena. 

Y así, contemplando la inmensidad del mar, de la mar, mientras esperamos para disfrutar de las más hermosas puestas de sol que jamás se hayan podido contemplar en la tierra, disfrutaremos una copa de buen vino y unos deliciosos pasteles en un café junto a la orilla, observando atentamente, sin pestañear, como sol se va ocultando lenta, muy lentamente por el horizonte, y el cielo se va tiñendo de púrpura, para unos minutos después ver con el caer de la noche, como las perezosas y soñolientas estrellas se van desperezando una tras otra para ocupar su lugar en el cielo nocturno.

Disfrutemos como niños, nadando y dejándonos mecer por las olas de un mar sereno y tranquilo, dejando que nos acaricien los rayos del sol y jugando con la arena templada y dorada de las playas más hermosas, en las calas más escondidas y recónditas, mientras la brisa marinera del amanecer  acaricia nuestras pieles, bronceadas y curtidas por el aire de sal del mar. Viajemos, viajemos sin cesar, a donde nuestra imaginación y nuestras ganas de vivir nos lleven, hasta que un buen día, sin previo aviso, arribemos a un puerto y encontremos el lugar perfecto, el paraíso perdido y hallado donde echar el ancla de nuestro velero y quedarnos a vivir. En una casa pequeña, coqueta, acogedora y cálida, porque estará llena de nuestro amor. Será blanca, de un blanco deslumbrante, casi cegador, y las ventanas estarán pintadas de un azul aún más azul que el mar, ese mar que veremos cada amanecer, en la playa más hermosa, de la más hermosa isla que el ser humano haya podido jamás soñar. Sera nuestro hogar.

Y un buen día, cuando ya seamos ancianos, tras muchos años de felicidad compartida, a la orilla de ese mar, ese infinito e inabarcable mar que nos acunara con sus olas noche tras noche, cuando ya estemos cansados y exhaustos de disfrutar de tantas maravillas, cuando caigamos rendidos por el sueño, al final de ese día, en la que será la última de nuestras mil y una noches juntos, dejaremos que la Estrella Polar nos arrulle mientras nos guía para mostrarnos nuestro lugar en el cielo.

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