Ya
no era dueño de la situación y los acontecimientos se iban sucediendo uno tras
otro sin control, o, al menos eso pensaba yo en ese momento, más bien manejados
por una mano negra, una mano cruel que se empeñaba en hundirme cada día un poco
más. Entonces, una noche
al regresar a casa tras otro día deambulando sin rumbo fijo, y tras haber conseguido
vender, o mas bien mal vender, algunos objetos que me permitieran sobrevivir
unas semanas más, al encender la luz, comprobé que la habían cortado por falta
de pago. Unos días antes me habían cortado el teléfono y con el teléfono,
Internet. Y aun así, no fui capaz de reaccionar. Total, ¿qué importaba? Si no
estaba en casa nada más que para dormir y asearme. No necesitaba la luz para
nada. Seguía hundiéndome y no me daba
cuenta de que era yo y sólo yo quien estaba permitiendo la caída. Era yo quien
tenía que hacer algo, pero nada hacía. Esperaba un milagro que no llegaba y que
aun tardaría casi un mes en llegar.
Finalmente me
cortaron también el gas, y pasé a ducharme con agua fría, pero como era verano,
tampoco me importó demasiado. Seguía escondiéndome, no queriendo ver la
realidad y finalmente un día de finales de agosto, sin ningún motivo especial,
sin ninguna causa aparente, lo decidí. No podía más. No era
capaz de continuar, había llegado al límite de mis fuerzas. Hablé con Dios y
mis “muertecitos”, les pedí perdón por haberles culpado de todos mis males y
cuando me sentí en paz con todos y un poco también conmigo mismo, me prepare un
par de gin tonics y tranquilamente, una tras otra y mientras escuchaba “Macbeth”
de Giuseppe Verdi, me fui tomando todas las pastillas para dormir que pude
encontrar.
No fueron pocas, pero
no fueron suficientes. Ni tan siquiera era capaz de quitarme de en medio de una
manera eficaz. ¡¡Había fallado!!! Me maldije una y mil veces por seguir vivo. Lo único que había
conseguido era dormir casi dos días seguidos y un tremendo dolor de cabeza que
tardo varios días en calmarse. Había fallado y
seguía sin querer vivir, así que decidí que lo intentaría de nuevo y esta vez
pondría todos los medios para no fallar. Esta vez no utilizaría pastillas, esta
vez buscaría un edificio desde donde lanzarme al vacío y así estaría seguro de
conseguirlo. ¡¡Esta vez no fallaría!!!
Los días que
siguieron, los dediqué a buscar ese edificio que iba a permitirme acabar con
todos mis problemas. Seguí vendiendo algunos objetos que me iban permitiendo
comer y sobrellevar de la mejor manera posible unos días que carecían de todo
sentido y finalmente lo encontré. Un edificio de oficinas de 10 plantas y un
gran patio de luces. Era el lugar perfecto.
Tan solo tenía que encontrar el
momento y ese momento llegó. Una noche al regresar a casa no pude entrar. Los
propietarios finalmente se habían decidido a actuar y habían cambiado la
cerradura. Estaba en la calle.
Intente localizarlos,
pero ahora eran ellos los que se escondían y no les faltaba razón para ello.
Esa semana fue sin duda la peor de mi vida, durmiendo en la calle, aseándome en
los baños de tiendas, almacenes y bares y dejando que pasara la noche para que
abriera el metro y poder entrar en calor. Ya no me quedaba dinero, ni tenía
posibilidad de conseguirlo a no ser que me decidiera a pedir o a robar y no me
sentía capaz de ninguna de las dos cosas.
Tampoco sabía entonces nada acerca de
comedores sociales, albergues y demás posibilidades que me permitieran
sobrevivir, así que me convertí en un auténtico espectro que se dedicaba a
vagar por las calles sin saber que hacer, hasta que finalmente, tras 4 o 5 visitas al
edificio que había localizado un par de semanas antes y fingiendo ir a la
notaria que estaba situada en la 1ª planta con el fin de evitar que el conserje
me prohibiera el paso, subí al último piso y me dispuse, de nuevo, a poner el
punto final a mi vida. Una vida que ya no quería. Una vida que había dejado de
tener sentido.
Y entonces ocurrió: ¡¡Se produjo el milagro!!!
Estaba a punto de
arrojarme al vacío, sentado en el alfeizar de la ventana que daba al patio, de
espaldas para simplemente dejarme caer, cuando sonó el teléfono. Y fue
simplemente eso: sonó, sin más. No era nadie, ningún teléfono apareció en la
pantalla, ni siquiera aparecía el famoso “número desconocido”. Tan solo un
sonido que me salvo la vida. Me quedé unos minutos completamente atónito
mirando la pantalla en blanco del teléfono.
Y fue entonces y solo entonces
cuando por fin comprendí que aún no había llegado mi hora, que todo lo que me
estaba ocurriendo tenía un propósito que yo seguía sin comprender, pero que
acabaría por hacerlo. Tenía que seguir viviendo porque así me lo estaban
diciendo las señales que recibía, y en ese momento, en ese preciso momento,
deje de culpar a Dios, deje de culpar a mis “muertecitos” y decidí que tenía
que hacer algo para salir adelante, para seguir viviendo. Ahora tocaba luchar
con todas las fuerzas que me quedaban para recuperar mi vida, una vida que
había llegado a dar por perdida. ¡¡¡Por fin había tocado
fondo!!!
Vicente, escribes tan bien que por un momento he sentido que era yo la que estaba en el alféizar de ese edificio de oficinas, a punto de saltar. Me alegro de que no lo hicieras, me alegro de que nos lo hayas contado, y me alegro de que sigas luchando. Un abrazo.
ResponderEliminarEstoy con Miriam, es fascinante cómo puede el ser humano con todo lo que le venga encima, pero en tu caso, es de una valentía enorme, primero, poder contarlo, segundo, decidir contarlo.
EliminarMucho ánimo.
Vicente, acabo de conocerte a través de tus diarios y quiero decirte que tus relatos de vida me han impactado enormemente, me ha impactado tu claridad, tu sinceridad y, sobre todo, tu gran valor y tu enorme fuerza aunque expreses en tus relatos una época en que te dominaba la absoluta falta de ganas de vivir. Por favor, sigue escribiendo, te seguiré puntualmente y, de un modo humilde, sabrás que tienes una honesta admiradora de tu escriturar que, además, te anima en tu lucha diaria convencida de que sabrás volver a ver la vida llena de color ..... ¡ánimo!" y hasta la siguiente entrega.
ResponderEliminarMil gracias a todos por vuestros, comentarios y vuestras palabras de animo. Creo que la mejor manera de agradecéroslo es seguir escribiendo, de modo que podéis contar con ello. Miles de abrazos para todos.
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