19 de octubre de 2013

Diario de un bloguero: 4ª parte - Santa María de la Paz, de nuevo en la casilla de salida

Nuestra Señora de la Soledad
 Talla del siglo XVIII de Juan Pascual de Mena 

Diario de un bloguero: 4ª parte - Santa María de la Paz, de nuevo en la casilla de salida

Fue una mañana, aún era invierno y todavía hacía mucho frío en Madrid, ese frío seco y cortante como cuchillas propio del interior de la península. Tenía cita con mi trabajadora social. En principio iba a ser una más de las citas que había tenido hasta entonces en San Juan de Dios, una cita de control para ver como iban mis asuntos, y fue entonces, mientras charlábamos y comentábamos la situación en que me encontraba, fue en esa charla, cuando la posibilidad de trasladarme a un nuevo lugar de residencia en un par de meses saltó a la palestra de la forma más inesperada. Estábamos comenzado a pensar en Santa María de la Paz.
Esta opción nos pareció a los dos la más adecuada, dado que el tiempo en el albergue se me estaba acabando. Llevaba ya 8 meses cuando en principio te suelen conceder una estancia máxima de 2. Estaba claro que mi caso y mi situación no eran muy habituales y mi trabajadora social,  que así lo veía, de alguna manera me estaba ayudando todo lo posible y con todos los medios a su alcance para a encontrar una solución que me diera una mínima estabilidad. Y así fue como de mutuo acuerdo, decidimos que en cuanto hubiera una plaza libre me trasladaría al que, en tan solo unos meses iba a ser mi nuevo hogar: Santa María de la Paz. Un lugar al que medio en serio medio en broma empezamos a llamar “la solución final”.

Tuve la gran suerte de no venir solo, alguien que había conocido durante mi estancia en San Juan de Dios, y que con el tiempo se ha convertido en un buen amigo, aceptó también la sugerencia de trasladarse (teníamos la suerte de compartir la misma trabajadora social) y a principios del mes de mayo efectuamos la mudanza de nuestras escasas pertenencias.

Y así llegamos, sin tener muy claro lo que nos íbamos a encontrar, a Santa María de la Paz, nuestro nuevo lugar de residencia partir de ese momento. 

Comenzaba una nueva etapa

He de confesar que al principio me costó encontrar mi sitio. Todo me resultaba extraño, todo era nuevo: los compañeros, los hermanos, mi nueva trabajadora social, la habitación compartida con otros dos compañeros, las duchas en un piso distinto al de los dormitorios…. Todo, me resultaba ajeno, complicado, diferente!!! Y sin embargo, lo peor de todo no era esa sensación de no pertenecer al lugar, lo peor para mí, era lo lejos y apartado que estaba de todo aquello que me ayudaba a superar el día a día, las bibliotecas, los museos, las salas de exposiciones, el centro de mi querido Madrid.

No es que fuera la solución final…  ¡¡¡Es que era el más allá!!! Y para colmo de males, la conexión a Internet funcionaba de pena!!! Me iba a quedar aislado!!! Aun mas de lo que ya estaba. Me sentía fatal, desanimado, desorientado, sin ganas ni ánimos para nada. Realmente no había sido un buen comienzo, o al menos eso pensé entonces. Pero como no hay mal que cien años dure, poco a poco me fui adaptando, fui comenzando a apreciar las bondades del centro, que finalmente no han sido pocas, y ahora me encuentro, bien, realmente bien y razonablemente feliz.

Recuerdo especialmente una charla con uno de los hermanos del centro que me ayudó mucho más de lo que ninguno de los dos hubiéramos podido imaginar en aquel momento. Le conté lo angustiado, lo triste que me sentía, porque todos los días le pedía a Dios que me ayudara y me enseñara el camino del perdón. Sentía en el fondo de mi corazón que necesitaba perdonar a todos los que me habían hecho daño en los últimos meses, pero me resultaba imposible, simplemente no podía. Tal vez había olvidado como perdonar y eso me estaba impidiendo avanzar. Estaba bloqueado. Le rogaba una y otra vez, que me concediera esa gracia y Dios parecía no escucharme. Era como si se hubiera enfadado conmigo y no quisiera saber nada de mí. 

El consejo que me llego a través de esa charla fue de gran ayuda. Era muy sencillo: antes de intentar perdonar a los demás, debía mirar en mi interior e intentar no culparme a mí mismo por los errores cometidos en el pasado, de lo contrario sería muy difícil que pudiera algún día llegar a perdonar a los demás. Y era cierto, no debemos culparnos por los errores cometidos en el pasado, pero sí que es conveniente no olvidarlos, o de lo contrario, volveremos a caer en ellos y entonces, mucho me temo que sí seremos culpables. ¿Cómo no me había dado cuenta hasta ese momento?

A día de hoy puedo decir con total honestidad que ya no guardo ningún rencor hacia nadie, lo pasado, pasado está. Por fin, tengo la sensación de que he aprendido a perdonar y sinceramente creo que este ha sido uno de mis logros más importantes. He comenzado a pensar que todo lo que me ha ocurrido últimamente, podría ser un regalo, una segunda oportunidad que se me ha ofrecido con el propósito de ayudarme a reflexionar sobre mi pasado, mi presente y mi futuro y tomar la decisión más adecuada acerca de qué camino seguir. 

Aun con todos estos avances, se que aún debo calmar ciertos fantasmas, arrojar  lejos de mi vida algunos diablos que aún me acechan, dejar a un lado la necesidad de rememorar  una y otra vez y los recuerdos de un pasado dulce y esplendido, pero ya tristemente perdido. El pasado es como la leche derramada que ya no se puede recoger de nuevo. En este momento de mi vida, lo importante es el presente, el día a día que me conducirá a un futuro que solo dios sabe cuál será, pero que día a día se va aclarando y se muestra prometedor. Y es aquí y ahora, en Santa María de la Paz, cuando mi presente empieza a ser más confortable, mucho más tranquilo y más estable, y esto me permite mirar al futuro de frente, con optimismo y con una, por fin, recuperada fe en mí capacidad para superar esta situación, para seguir viviendo, para seguir luchando.

Por fin, vuelvo a sentirme razonablemente fuerte y seguro.

Continuará...

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