Todos hemos contemplado, por las calles de Madrid, a
mujeres originarias de los países del este, particularmente de Rumania,
vestidas con harapos, en condiciones de insalubridad extrema, fingiendo o no
discapacidades, mendigando para poder pagar el tributo que les imponen las
mafias que las controlan.
Según publica el diario El Mundo en el año 2014, pedir
en la calle tiene un precio, son 45 euros al día los que cada mujer debe pagar
a quienes las someten a este régimen de esclavitud. 50.000 Rumanos malviven en
España de la mendicidad, un 90% de este negocio es controlado por las mafias.
Evidentemente también deben soportar condiciones de vida
que hacen que el estigma del sinhogarismo sea aún más cruel con estas mujeres, duermen
entre cartones, las fuentes de la ciudad les permiten une higiene absolutamente
precaria, y el trato de quienes las controlan y explotan es absolutamente
vejatorio.
Sin derechos, sin
el más mínimo apoyo por parte de nadie, deambulan por la ciudad escenificando
su desamparo ante la ciudadanía, no obteniendo más que ignorancia por parte de todos los que nos
cruzamos con ellas.
Cotidianamente contemplamos su derrumbe y parece que el
fenómeno nos importa bien poco puesto que para la mayoría ya son casi parte del
paisaje, o al menos así nos comportamos como sociedad; produce cierta
inquietud, y vergüenza también, observar como en este país el respeto por la
condición humana ya no se lleva. Nuestra legislación es mucho más
tolerante con quienes las someten y las
explotan que con ellas, argumentando que es una situación muy difícil de probar,
la ley permite, y en el fondo incita, a que esta situación pase a formar parte
del decorado habitual de la ciudad.
Quizás la sociedad Española debería preguntarse alguna
vez por esta pasividad que se convierte en complicidad, ya que todos somos
cómplices, por omisión, de esta situación que debería resultar insultante para
cualquier persona de bien. En efecto somos cómplices todos de ese denigrante
sometimiento que padecen esas mujeres, también los que les dan algunas monedas para
que desaparezcan rápidamente de nuestra mirada, alguna vez será necesario recapacitar
sobre esa realidad que resulta humillante para una sociedad que se ufana de ser
primermundista, civilizada y respetuosa de los derechos humanos.
Mientras haya una mujer vejada, sometida y esclavizada,
seremos una sociedad mediocre.
La calle Montera es el escenario perfecto para evaluar
los vaivenes del precio de la carne, de la carne humana.
Es evidente que para los traficantes de personas las variantes
del mercado son importantes, y manejan su negocio con criterios de optimización
como lo hace cualquier emprendedor. Es por ello que podemos observar como las
mujeres de origen Africano han sido devaluadas para ceder el paso a mujeres
originarias de los países del este.
Unas 45.000 mujeres y niñas son víctimas de trata en
España, un negocio que mueve unos 5 millones de euros al día, según informaba
el diario El País en el año 2015, según
el instituto nacional de estadística la prostitución representa el 0,35 por
ciento del producto bruto interno, lo que supone cerca de 3700 millones de
euros.
Deberían producir escalofríos estas cifras, pero
obviamente no es así, quienes construyen las estadísticas deberían también
ocuparse de calcular cuantas violaciones remuneradas son necesarias para llegar
a esos números, pero claro eso implicaría hablar más detalladamente de un
horror inconfesable para una sociedad tan moderna como la nuestra.
España es el segundo país de la Unión Europea con más
víctimas de tráfico de personas, el 68% son mujeres, el 17% hombres, y el 12%
son niñas.
A pesar del aumento del número de víctimas, el de
traficantes y criminales sospechosos se ha reducido en estos años un 17% y el
número de condenados un 13%, dato que la policía ha achacado a lo difícil que
resulta probar el delito de tráfico de personas y el hecho de que
frecuentemente las víctimas no denuncian
por temor, o por terror.
Desde hace ya muchos años existen métodos y tecnología
con la capacidad operativa suficiente como para grabar las ínfulas más íntimas
del anterior borbón, no obstante decapitar las redes de tráfico de personas y
desmantelar sus estructuras parece estar únicamente al alcance de James Bond.
Evidentemente para estas mujeres el flanco de su vida
que las convierte en personas sin hogar no es lo peor que han de soportar, pero
también, ojala tomaran nota algunas instituciones y el estado en general, ojala
los medios de comunicación contribuyan más, así como la cultura, los
movimientos sociales y la ciudadanía en general; erradicar la esclavitud no es
tan complicado como nos cuentan, es tan simple como proponérselo.