4 de mayo de 2017

MENDICIDAD, PROSTITUCION Y ESCLAVITUD


Todos hemos contemplado, por las calles de Madrid, a mujeres originarias de los países del este, particularmente de Rumania, vestidas con harapos, en condiciones de insalubridad extrema, fingiendo o no discapacidades, mendigando para poder pagar el tributo que les imponen las mafias que las controlan.
Según publica el diario El Mundo en el año 2014, pedir en la calle tiene un precio, son 45 euros al día los que cada mujer debe pagar a quienes las someten a este régimen de esclavitud. 50.000 Rumanos malviven en España de la mendicidad, un 90% de este negocio es controlado por las mafias.
Evidentemente también deben soportar condiciones de vida que hacen que el estigma del sinhogarismo  sea aún más cruel con estas mujeres, duermen entre cartones, las fuentes de la ciudad les permiten une higiene absolutamente precaria, y el trato de quienes las controlan y explotan es absolutamente vejatorio.
Sin derechos,  sin el más mínimo apoyo por parte de nadie, deambulan por la ciudad escenificando su desamparo ante la ciudadanía, no obteniendo más que  ignorancia por parte de todos los que nos cruzamos con ellas.
Cotidianamente contemplamos su derrumbe y parece que el fenómeno nos importa bien poco puesto que para la mayoría ya son casi parte del paisaje, o al menos así nos comportamos como sociedad; produce cierta inquietud, y vergüenza también, observar como en este país el respeto por la condición humana ya no se lleva. Nuestra legislación es mucho más tolerante  con quienes las someten y las explotan que con ellas, argumentando que es una situación muy difícil de probar, la ley permite, y en el fondo incita, a que esta situación pase a formar parte del decorado habitual de la ciudad.
Quizás la sociedad Española debería preguntarse alguna vez por esta pasividad que se convierte en complicidad, ya que todos somos cómplices, por omisión, de esta situación que debería resultar insultante para cualquier persona de bien. En efecto somos cómplices todos de ese denigrante sometimiento que padecen esas mujeres,  también los que les dan algunas monedas para que desaparezcan rápidamente de nuestra mirada, alguna vez será necesario recapacitar sobre esa realidad que resulta humillante para una sociedad que se ufana de ser primermundista, civilizada y respetuosa de los derechos humanos.
Mientras haya una mujer vejada, sometida y esclavizada, seremos una sociedad mediocre.

La calle Montera es el escenario perfecto para evaluar los vaivenes del precio de la carne, de la carne humana.
Es evidente que para los traficantes de personas las variantes del mercado son importantes, y manejan su negocio con criterios de optimización como lo hace cualquier emprendedor. Es por ello que podemos observar como las mujeres de origen Africano han sido devaluadas para ceder el paso a mujeres originarias de los países del este.
Unas 45.000 mujeres y niñas son víctimas de trata en España, un negocio que mueve unos 5 millones de euros al día, según informaba el diario El País en el año  2015, según el instituto nacional de estadística la prostitución representa el 0,35 por ciento del producto bruto interno, lo que supone cerca de 3700 millones de euros.
Deberían producir escalofríos estas cifras, pero obviamente no es así, quienes construyen las estadísticas deberían también ocuparse de calcular cuantas violaciones remuneradas son necesarias para llegar a esos números, pero claro eso implicaría hablar más detalladamente de un horror inconfesable para una sociedad tan moderna como la nuestra.
España es el segundo país de la Unión Europea con más víctimas de tráfico de personas, el 68% son mujeres, el 17% hombres, y el 12% son niñas.
A pesar del aumento del número de víctimas, el de traficantes y criminales sospechosos se ha reducido en estos años un 17% y el número de condenados un 13%, dato que la policía ha achacado a lo difícil que resulta probar el delito de tráfico de personas y el hecho de que frecuentemente las víctimas no  denuncian por temor, o por terror.
Desde hace ya muchos años existen métodos y tecnología con la capacidad operativa suficiente como para grabar las ínfulas más íntimas del anterior borbón, no obstante decapitar las redes de tráfico de personas y desmantelar sus estructuras parece estar únicamente al alcance de James Bond.

Evidentemente para estas mujeres el flanco de su vida que las convierte en personas sin hogar no es lo peor que han de soportar, pero también, ojala tomaran nota algunas instituciones y el estado en general, ojala los medios de comunicación contribuyan más, así como la cultura, los movimientos sociales y la ciudadanía en general; erradicar la esclavitud no es tan complicado como nos cuentan, es tan simple como proponérselo. 

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