Fueron necesarios 1789 años
para que el pueblo de Paris se sublevara contra la monarquía, la Revolución
Francesa condujo al monarca y su consorte a la guillotina.
Uno de los efectos
posteriores de aquello fue La Declaración Universal de los Derechos del Hombre
– hoy llamados Derechos Humanos – en cuanto a los derechos de la mujer, poco se
sabe.
Evidentemente hemos visto
algunos avances, pero las mujeres siguen condenadas, por el discurso fálico, a
su rol de útero y objeto de placer ocasional. Hemos generado una cultura que
somete a la mujer y que observa ese sometimiento con displicencia, a pesar de
las numerosas declaraciones que escuchamos a diario sosteniendo lo contrario.
A nadie sorprende demasiado
ver a mujeres en la calle a la espera de clientes a los que, dinero mediante,
ofrecer su cuerpo por un rato, sin embargo ese intercambio tiene todas las
características de una violación, una violación remunerada, y somos tan hipócritas que a eso lo llamamos el
oficio más viejo del mundo.
La prostitución genera, en
este país tan del primer mundo, 8 millones de euros al día, y alguna prensa le
proporciona soporte publicitario, evidentemente dinero mediante; según
encuestas el segmento de la población más asiduo a estas prácticas son jóvenes
de 20 años.
Han pasado varios siglos
desde la toma de la Bastilla, no obstante las monarquías han vuelto a la escena
política, ahora disfrazadas de monarquías parlamentarias, y eso que el modus
vivendi de las monarquías es lo más parecido al proxenetismo.
Aceptar el sometimiento es
muy peligroso, conduce a considerar que someterse puede ser una manera de hacer
las cosas, y por consecuente practicarlo y perpetuarlo.
Monarquía prostitucional
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