Nueve menos cuarto de la
mañana, primer cigarro después del primer café, esquina Serrano y Concha
Espina, te preguntas si bajar hasta la Castellana para ir hacia Cuatro Caminos
o por Serrano.
Es domingo, la calle esta
desierta, nada de tráfico hacia el trabajo ni hacia los colegios, pareciera que
todo descansa, excepto tú, ya no te preguntas por donde ir simplemente vas, y te asalta la misma
sensación de todas las mañanas, el desconcierto; todo parece una ficción
excepto tu realidad, sabes que vayas por donde vayas eso en nada modificara tu errancia,
es como verte caminar en un espejo en el que no te miras, sino que se mira un vacío
a sí mismo.
Vas despacio porque si
llegas demasiado temprano al comedor tendrás que esperar a que abran, pero no
resulta fácil medir el paso cuando vas hacia ninguna parte, como todos los días
desde hace algo más de un mes, pocas cosas en realidad puedes ver por el camino
porque tu mirada también soporta el acoso de la incertidumbre, eres tu pero
vivido por otro, y esa doble percepción enturbia todo tu sentir.
En efecto llegas mucho
antes de la hora de apertura, eso significa un poco más de perdición, porque
para llegar hasta aquí sabias que calles tomar, pero a donde se va cuando no se
sabe a dónde ir, como se hace para ir mientras se espera a que se abra una
puerta tras la cual te espera tu propio desamparo, multiplicado por cien.
Por fin ya son las once, se
abre la puerta, en el salón donde se espera para entrar al comedor te encuentras
con los conocidos de todos los días, con algunos hablas, con muchos no,
afloran, en el discurso, todas las miserias, algunas risas y muchas patologías,
y te preguntas, sin intentar contestarte, como toda esta gente ha llegado hasta
aquí y te sorprende la facilidad con la que la mayoría vive esta escena como
una escena común, como una reunión cualquiera en la que algunos opinan y otros
callan, y otros se duermen un rato tratando de remontar las marcas que te deja
la calle cuando intentas dormir a cielo abierto.
El salón del comedor social
es un lugar bonito con vistas a un patio vestido con muchas plantas, sin saber
bien porque esa vista te hace recordar a lo que era tu vida cuando tu vida era
tuya, y mientras comes sientes como vuelves a ti aunque sea por un breve
momento.
La hora te indica que has
tomado por costumbre volver temprano al albergue, como todos los días Santa
Engracia es el camino puesto que colarse en el metro más que comodidad te
produce tristeza, mientras andas miras al mundo como un fenómeno ajeno a ti,
casi todo ha desaparecido de tu universo,
un café en una terraza con amigos, tomar un taxi porque llegas tarde a
algún sitio, regar las plantas del balcón, no deseas porque sabes que tus
deseos no te traerán más que frustración; con este animo llegas al albergue
sabiendo que esta noche tampoco dormirás por los ronquidos, y que esto es lo
que hay.
Es entonces cuando te
sientes como un perro de nadie ladrando a las puertas de tu propia vida.
Durruti
También puedes escuchar cómo lo cuento con mi propia voz:
dura realidad, podrías escribir un libro.
ResponderEliminarTremenda Realidad, tan bien descrita te hace ponerte en la piel de la persona que la vive.
ResponderEliminar