Hace unos
meses, durante el calor del verano ahora ya olvidado, un compañero que
participa en los proyectos PULSAR y Espacio Abierto de la Asociación
Realidades, una persona sin hogar, que vivía en ese momento en su coche,
iniciaba un curso de formación para el empleo. Él, como otros muchos, utilizaba
en esos momentos los servicios de ducha y lavadora con los que contamos en el
Centro del Corredor del Henares en horario de mañana.
La
coincidencia de los horarios del curso con los del servicio de aseo personal,
nos llevó a plantearnos como equipo su petición para poder ducharse algunas
tardes, en las que permanece el Centro abierto para otras actividades. Su
argumento resultó incuestionable:
"la falta de higiene y el olor a sudor me cohíben y me avergüenza
estar con el resto de personas con las que tengo que compartir 6 horas de
clases y prácticas diariamente. Tengo decidido hacer el curso a pesar de ello,
pero me ayudaría el poder sentirme mínimamente limpio".
En cualquier
proyecto de intervención social, el fundamento básico es ayudar a recuperar la
dignidad de las personas, cuando esta está deteriorada, potenciarla y apoyar en
su defensa. La dignidad de una persona depende sobre todo de la conciencia de sí
misma, nuestro autoconcepto y autoestima y del sentimiento de aceptación por
parte de los demás. El poder sentirnos limpios para relacionarnos en un grupo
resulta por eso tan importante. Limpios en nuestro interior y limpios en
nuestra higiene personal.
Desde hace
años tengo la experiencia de que la aceptación mutua entre las personas nos
ayuda a vivir dignamente, pero… ¿qué menos que una ducha?, ¡por dignidad!, que para avanzar hace falta unos mínimos
indispensables. Por eso, últimamente no evito recordar esta historia cuando
disfruto de una ducha calentita, valorando
especialmente la importancia de un acto tan cotidiano, al que cualquiera
debemos tener acceso en nuestra sociedad de opulencia, que sigue siéndolo a
pesar de las crisis.
En estos
tiempos de recortes y valoraciones puramente monetarias de los costes de los
recursos y servicios, no permitamos que nos convenzan fácilmente con los
argumentos de sostenibilidad de los servicios públicos. La dignidad de las personas y los
derechos sociales no tienen precio, es cuestión de prioridades.
Por cierto,
el protagonista indirecto de este artículo terminó el curso con éxito, está
trabajando y vive actualmente en una habitación alquilada. Y sí, se pudo duchar
y lavar la ropa por las tardes, durante los meses del curso.
A veces hay
que doler juntos de la vida hasta descubrir, con una sencilla mirada a los
ojos, que somos iguales en dignidad. Esto me trae a la memoria aquella canción
de Pablo Guerrero, "A cántaros", por lo de compartir la vida y la
necesidad que seguimos teniendo como sociedad de esa lluvia que limpie tanta
corrupción del poder, que nos pone precio de saldo a unos metros de justicia
social duramente luchados por tantas y tantos durante décadas.
Escrito por Raúl Izquierdo, del Centro Abierto de Realidades, en San Fernando de Henares.
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