4 de diciembre de 2013

¡ UNA DUCHA, POR DIGNIDAD!


Hace unos meses, durante el calor del verano ahora ya olvidado, un compañero que participa en los proyectos PULSAR y Espacio Abierto de la Asociación Realidades, una persona sin hogar, que vivía en ese momento en su coche, iniciaba un curso de formación para el empleo. Él, como otros muchos, utilizaba en esos momentos los servicios de ducha y lavadora con los que contamos en el Centro del Corredor del Henares en horario de mañana.

La coincidencia de los horarios del curso con los del servicio de aseo personal, nos llevó a plantearnos como equipo su petición para poder ducharse algunas tardes, en las que permanece el Centro abierto para otras actividades. Su argumento resultó incuestionable:
"la falta de higiene y el olor a sudor me cohíben y me avergüenza estar con el resto de personas con las que tengo que compartir 6 horas de clases y prácticas diariamente. Tengo decidido hacer el curso a pesar de ello, pero me ayudaría el poder sentirme mínimamente limpio".

En cualquier proyecto de intervención social, el fundamento básico es ayudar a recuperar la dignidad de las personas, cuando esta está deteriorada, potenciarla y apoyar en su defensa. La dignidad de una persona depende sobre todo de la conciencia de sí misma, nuestro autoconcepto y autoestima y del sentimiento de aceptación por parte de los demás. El poder sentirnos limpios para relacionarnos en un grupo resulta por eso tan importante. Limpios en nuestro interior y limpios en nuestra higiene personal.

Desde hace años tengo la experiencia de que la aceptación mutua entre las personas nos ayuda a vivir dignamente, pero… ¿qué menos que una ducha?, ¡por dignidad!, que para avanzar hace falta unos mínimos indispensables. Por eso, últimamente no evito recordar esta historia cuando disfruto de una ducha calentita,  valorando especialmente la importancia de un acto tan cotidiano, al que cualquiera debemos tener acceso en nuestra sociedad de opulencia, que sigue siéndolo a pesar de las crisis.

En estos tiempos de recortes y valoraciones puramente monetarias de los costes de los recursos y servicios, no permitamos que nos convenzan fácilmente con los argumentos de sostenibilidad de los servicios públicos. La dignidad de las personas y los derechos sociales no tienen precio, es cuestión de prioridades.

Por cierto, el protagonista indirecto de este artículo terminó el curso con éxito, está trabajando y vive actualmente en una habitación alquilada. Y sí, se pudo duchar y lavar la ropa por las tardes, durante los meses del curso.

A veces hay que doler juntos de la vida hasta descubrir, con una sencilla mirada a los ojos, que somos iguales en dignidad. Esto me trae a la memoria aquella canción de Pablo Guerrero, "A cántaros", por lo de compartir la vida y la necesidad que seguimos teniendo como sociedad de esa lluvia que limpie tanta corrupción del poder, que nos pone precio de saldo a unos metros de justicia social duramente luchados por tantas y tantos durante décadas. 



Escrito por Raúl Izquierdo, del Centro Abierto de Realidades, en San Fernando de Henares.

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