La libre opinión de las personas sin hogar es un derecho fundamental que a menudo se niega. Cuando alguien no tiene una casa, la sociedad parece despojarle también de legitimidad para hablar, decidir o participar. Tener un techo no determina la capacidad de pensar, reflexionar o proponer. Escucharnos no es un gesto caritativo: es reconocer que forman parte de la comunidad y que la experiencia es imprescindible para construir políticas y ciudades más justas.
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